Pablo Neruda,
poeta chileno que recibió el Premio Nobel de Literatura en 1971, es
considerado como uno de los mejores artistas del siglo XX. La
influencia de su obra trasciende el ámbito literario.
En el poema
“Oda a la erosión en la provincia de Malleco,” de 1956,
perteneciente a Nuevas Odas elementales, Pablo Neruda escribe esta hermosa oda a uno de los desastres de nuestra tierra, en la que el narrador habla a su
tierra natal sobre la desaparición de lo que existía antes.
Oda a la erosión en la provincia de Malleco
Volví a mi tierra verde y ya no estaba, ya no estaba la tierra, se había ido. Con el agua hacia el mar se había marchado.
Espesa madre mía, trémulos, vastos bosques, provincias montañosas, tierra y fragancia y humus: un pájaro que silba, una gruesa gota cae, el viento en su caballo transparente, maitenes, avellanos, tempestuosos raulíes, cipreses plateados, laureles que en el cielo desataron su aroma,
Espesa madre mía, trémulos, vastos bosques, provincias montañosas, tierra y fragancia y humus: un pájaro que silba, una gruesa gota cae, el viento en su caballo transparente, maitenes, avellanos, tempestuosos raulíes, cipreses plateados, laureles que en el cielo desataron su aroma,
pájaros de plumaje mojado por la
lluvia que un grito negro daban en la fecundidad de la espesura, hojas
puras, compactas, lisas como lingotes, duras como cuchillos, delgadas
como lanzas, arañas de la selva, arañas mías, escarabajos cuyo pequeño
fuego errante duplicaba una gota de rocío,
patria mojada, cielo grande,
raíces, hojas, silencio verde, universo fragante, pabellón del
planeta: ahora, ahora siente y toca mi corazón tus cicatrices, robada la
capa germinal del territorio, como si lava o muerte hubieran roto tu
sagrada substancia o una guadaña en tu materno rostro hubiera escrito
las iniciales del infierno.
Tierra, qué darás a tus hijos, madre
mía, mañana, así destruida, así arrasada tu naturaleza, así deshecha tu
matriz materna, qué pan repartirás entre los hombres?
Los pájaros cantores, en tu selva no sólo
deletreaban el hilo sempiterno de la gracia, eran preservadores del
tesoro, hijos de la madera, rapsodas emplumados del perfume.
Ellos te previnieron. Ellos en su canto vaticinaron la agonía.
Sordo y cerrado como pared de muertos es el cerril oído del hacendado inerte.
Vino a quemar el bosque, a incendiar las
entrañas de la tierra, vino a sembrar un saco de fréjoles y a dejarnos
una herencia helada: la eternidad del hambre.
Rozó con fuego el alto nivel de los
mañíos, el baluarte del roble, la ciudad del raulí, la rumorosa colmena
de los ulmos, y ahora desde las raíces quemadas, se va la tierra, nada
la defiende, bruscos socavones, heridas que ya nada ni nadie puede
borrar del suelo: asesinada fue la tierra mía, quemada fue la copa,
originaria.
Vamos a contener la muerte!
Chilenos de hoy, araucas de la
lejanía, ahora, ahora mismo, ahora, a detener el hambre de mañana, a
renovar la selva prometida, el pan futuro de la patria angosta!
Ahora a establecer raíces, a plantar la esperanza, a sujetar la rama al territorio!
Es ésa tu conducta de soldado, son ésos
tus deberes rumorosos de poeta, tu plenitud profunda de ingeniero,
raíces, copas verdes, otra vez las iglesias del follaje, y con el canto
de la pajarería que volverá del cielo, regresará a la boca de tus
hijos el pan que ahora huye con la tierra.
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