viernes, 14 de noviembre de 2014

Oda a la Erosión en la provincia de Malleco

Pablo Neruda, poeta chileno que recibió el Premio Nobel de Literatura en 1971, es considerado como uno de los mejores artistas del siglo XX. La influencia de su obra trasciende el ámbito literario. 

En el poema “Oda a la erosión en la provincia de Malleco,” de 1956, perteneciente a Nuevas Odas elementales, Pablo Neruda escribe esta hermosa oda a uno de los desastres de nuestra tierra, en la que el narrador habla a su tierra natal sobre la desaparición de lo que existía antes.


Oda a la erosión en la provincia de Malleco


Volví a mi tierra verde y ya no estaba, ya no estaba la tierra, se había ido. Con el agua hacia el mar se había marchado.

Espesa madre mía, trémulos, vastos bosques, provincias montañosas, tierra y fragancia y humus: un pájaro que silba, una gruesa gota cae, el viento en su caballo transparente, maitenes, avellanos, tempestuosos raulíes, cipreses plateados, laureles que en el cielo desataron su aroma,

pájaros de plumaje mojado por la lluvia que un grito negro daban en la fecundidad de la espesura, hojas puras, compactas, lisas como lingotes, duras como cuchillos, delgadas como lanzas, arañas de la selva, arañas mías, escarabajos cuyo pequeño fuego errante duplicaba una gota de rocío,

patria mojada, cielo grande, raíces, hojas, silencio verde, universo fragante, pabellón del planeta: ahora, ahora siente y toca mi corazón tus cicatrices, robada la capa germinal del territorio, como si lava o muerte hubieran roto tu sagrada substancia o una guadaña en tu materno rostro hubiera escrito las iniciales del infierno.

Tierra, qué darás a tus hijos, madre mía, mañana, así destruida, así arrasada tu naturaleza, así deshecha tu matriz materna, qué pan repartirás entre los hombres?

Los pájaros cantores, en tu selva no sólo deletreaban el hilo sempiterno de la gracia, eran preservadores del tesoro, hijos de la madera, rapsodas emplumados del perfume.

Ellos te previnieron. Ellos en su canto vaticinaron la agonía.

Sordo y cerrado como pared de muertos es el cerril oído del hacendado inerte.

Vino a quemar el bosque, a incendiar las entrañas de la tierra, vino a sembrar un saco de fréjoles y a dejarnos una herencia helada: la eternidad del hambre.

Rozó con fuego el alto nivel de los mañíos, el baluarte del roble, la ciudad del raulí, la rumorosa colmena de los ulmos, y ahora desde las raíces quemadas, se va la tierra, nada la defiende, bruscos socavones, heridas que ya nada ni nadie puede borrar del suelo: asesinada fue la tierra mía, quemada fue la copa, originaria.

Vamos a contener la muerte!

Chilenos de hoy, araucas de la lejanía, ahora, ahora mismo, ahora, a detener el hambre de mañana, a renovar la selva prometida, el pan futuro de la patria angosta!

Ahora a establecer raíces, a plantar la esperanza, a sujetar la rama al territorio!
Es ésa tu conducta de soldado, son ésos tus deberes rumorosos de poeta, tu plenitud profunda de ingeniero, raíces, copas verdes, otra vez las iglesias del follaje, y con el canto de la pajarería que volverá del cielo, regresará a la boca de tus hijos el pan que ahora huye con la tierra.

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